La "ingratitud" no surge tan solo de un rencoroso complejo de inferioridad, que induce a olvidar o a negar haber sido ayudado para no admitir esa superioridad del otro que fue capaz de ayudar.
Este es un tema que Claudio Magris trató en La Nación del 25 de abril del 2001. Voy a seguir los post anteriores ((ver))((ver))y haré una síntesis de un tema que me parece gráficamente extendido (...a quién no le ocurrió ser objeto de un ingrato?).
Afirma el A. "esa ingratitud es, quizás antes que nada, el resultado de un desenfrenado egocentrísmo, que lleva a cada uno a considerarse el centro del mundo y a considerar como algo debido, o un derecho adquirido, cada gesto generoso que se realice hacia él".
Hasta que alguien no nos distingue con particular atención o gentileza, no se nos ocurre esperarla o pretenderla, pero en cuanto recibimos un favor inesperado, lo consideramos un deber por parte de quien lo hace, y exigimos inconscientes -dice Magris- que lo convierta en una costumbre...
El mecanismo de la ingratitud hace difícil reconocer en su magnitud el valor de un gesto.
La capacidad de gratitud es señal de libertad. Esto si está acompañada por la serena consciencia de la ingratitud que tan a menudo sale al encuentro de hasta las mejores acciones. Es patético -afirma Magris- creer que al recoger las pretensiones de quien nos exige siempre más, obtendremos su simpatía. Todo lo contrario. Obtendremos sospechas cada vez más torvas, pretensiones cada vez más descaradas y acusaciones siempre exageradas de haber hecho muy poco... por ello:
Quien busca el diálogo y la aprobación a cualquier costo termina a menudo por recibir golpes de todos lados.