22 de febrero de 2012

Racionalidad en las vías públicas

¿Debería esperarse que, en todos los ámbitos de una ciudad, se persiga la fluidez del mayor volumen de tránsito posible, con seguridad, para optimizar el empleo del tiempo de los usuarios y el consumo de combustible? 
La cuestión no es menor. Veamos. 

Un usuario racional, por ejemplo, naturalmente tenderá a emplear aquellas arterias que, con razonable seguridad, le favorezcan el desplazamiento más recto ("la menor distancia") entre dos puntos de la ciudad. 

Las avenidas (en general las vías multicarriles) por su estructura, velocidad máxima permitida y reglas de paso ((ver)), satisfacen estos requerimientos. Una alteración de cualquiera de estas tres variables repercutirá tanto en la seguridad como en la fluidez de la circulación de vías principales y secundarias. 

Por ejemplo, las consecuencias que siguen de alterar la regla de paso en avenidas con la colocación de semáforos en cada cruce y, eventualmente, desincronizarlos (ciudades donde se aplican decisiones como esta son harto conocidas), augura una segura afectación de la fluidez vehícular. Pero ello también traerá como derivado necesario un incremento del tránsito de las calles secundarias que no posean estas limitaciones. Luego el desvío de un caudal importante del tránsito hacia zonas inadecuadas para soportarlo, es fuente de inseguridad y de potenciales nuevos conflictos. 

En suma: decisiones de este tenor, que alteran la esperable seguridad y fluidez del tránsito según la estructura vial disponible, aparecen irrazonables desde un punto de vista de costos y beneficios.